lunes, 9 de marzo de 2009

¡Qué manera de comer!

Excursión a la Sierra de Huelva: Sandra, Luis y cuatro parejas de amigos de ellos; una de las cuales iba con suegra, hijo, amigo de hijo y perro ("Pisco": ella y su madre son peruanas). Y yo. Grupo muy agradable, -a pesar de la edad, como dijera Sandra-, a ratos para morirse de risa, una buena cuadrilla de andaluces cultos -no sé si todos eran andaluces; cultos sí-.
Excursión de poco más de veinticuatro horas, con un clima de antología. A nuestra disposición, una casa grande en un pueblo pequeñísimo, atendida por sus dueños; quienes nos dieron de comer hasta reventar prácticamente -sin exagerar: de a tres platos por comida; por ejemplo, un glorioso revuelto de setas, venado al vino con manzanas, bacalao, carrillera con patatas y las famosas morcillas bobas que mucho dejaban que desear; todo en abundante abundancia, luego de diversas "tapitas" muy abundantes también, y de una no despreciable partida de cerveza y vino-.
Aparte de comer, dimos un par de paseillos andando -y subiendo a todo el mundo arriba del columpio, como quien dice: nadie se salvaba-. Cielo azul hasta el absurdo, Encinas y alcornoques recién pelados -¿alguien sabe cuál es cuál?-, terrazas de olivos viejos, mimosas y carozos en flor, un pantano rodeado de pizarra, vacas, cerdos -o cochinos, o marranos, o porcinos, etc-, pajaritos varios. Uno de ellos era una cigüena; instalada en un nido que ocupaba más de la mitad del campanario de la ermita del pueblo -Corte y Concepción-.
Y la revelación del fin de semana: Pisco (un salchicha de pelo largo, citadino del todo) resultó un arreador de cochinos y de vacas de lo más competente. No es broma.

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