sábado, 31 de enero de 2009

La magdalena


Tren a Salamanca. Mi asiento mira hacia atrás. Franqueamos un bosque de olivos. Casi no cojo el tren: múltiples distracciones en la estación Stanley Kubrick (Chamartin), huyendo de un enjambre de norteamericanas y sus disquisiciones sobre el jamón (creían que el serrano era de pavo, lamentaban que el puesto de McDonnalds no abriera todavía).
Estación Stanley Kubrick. Compro mi boleto, y enseguida busco alguna suerte de desayuno. Primera cafetería: bocadillos de tortilla o de boquerones no es precisamente lo que busco a esta hora de la mañana. Segunda cafetería: ni siquiera me acerco, pone “gourmet store”, seguro piden diez euros por un sándwich. Tercera cafetería: bollos dulces y salados varios. Magdalenas. Sin duda, magdalenas. Con café: el té es para señoritos. Atiende una amable gorda, de mediana edad y piel oscura (dicho sea de paso: luego de dos días, puedo afirmar que todas esas ceremonias requeridas para entrar están plenamente justificadas). Enfrente, dos barras dobles donde la gente devora su desayuno. Se vacía un puesto. Hago caso omiso de las servilletas sucias y los vasos de cartón abandonados.
La magdalena. Tomo un trozo pequeño, lo mojo ligeramente en el café con leche y me lo llevo a la boca. Una oleada de aromas -harina, aceite, almendras- irrumpe en mis papilas gustativas y me traslada de inmediato a un tiempo otro; al tiempo en que viajaba con mi madre y comíamos magdalenas, cientos de magdalenas, miles de madalenas, como las llaman en Andalucía. Sevilla con mi madre: un calor de los diablos, casa de Sandra mi tía y del abuelo Pablo (el padre de ella y de Sonechka mi abuela), el Guadalquivir, la Giralda, la Torre del Loro (Viva Sevilla y olé), horas de horas jugando con el “Pinoquio” de Luis (lo sé, sonó espantoso: el “Pinoquio” era un muñequito de madera, pequeños bloques de colores articulados con elásticos, que se podía mover formando figuras diferentes; Luis, por su parte, es el marido de Sandra, o sea mi tío, o tío abuelo político si somos estrictos), la impresión del cúbito híper desarrollado del abuelo Pablo, caminar por el barrio de Santa Cruz, comer chuletas de cordero a destajo. Y la “Ehpo” (Sevilla ’92). Luego Marchena y los primos impresentables; Angelines, Cesario, el Santi (niño en ese entonces) sobre el techo de un auto; casa de no recuerdo qué abuela, roperos, arcas de madera oscura, visillos de encaje, casita de muñecas; zoológico cerrado, chucherías en la plaza, una glorieta, cae la tarde.
La magdalena. Como la magdalena pensando en Proust y en mi madre y en Andalucía; aunando –como el recuerdo aúna siempre- el viaje con ella y el viaje yo sola, once años después. Remembranza violentamente interrumpida por las norteamericanas y su jamón.
Tren a Salamanca. Franqueamos una sierra plena de verde. Ahora, bosque ralo de hoja caduca, quebradas, caminos y un arroyo. Peñas: veo a don Quijote arrancándose los cabellos en penitencia, clamando a todos los vientos el nombre de Dulcinea del Toboso, la sin par. Niebla. Pircas, cableado eléctrico y casas, muchas casas. Otra sierra, pero más seca, surcada de terrazas. Un piño de bichos blancos a lo lejos. Por los vecinos de enfrente, me entero de que la estación que acabamos de pasar (por fortuna hemos seguido de largo en casi todas) se llama o se llamaba Navagrande. Sólo un par de casas, parece que se han ido de allí hasta los fantasmas (Comala está en todas partes: maldita fruición del intertexto, maldito mal de Montano, parezco un caracol de letras, insufrible: no sé ser de otro modo).
Nos acercamos a Ávila. Vacas negras. Más olivos y más peñas. Los vecinos de enfrente y su gato Frodo –un bellísimo siamés de ojos celestes- bajan aquí. El vecino de al lado también.
Ahora hay al lado tres rubias. “Rubias”: el efecto raíz, las cejas y el rímel negro les sienta fatal. Van pegando fotografías en una cartulina amarilla. Esa sí les sienta. Cantan coplas palmeando y tamborileando la mesa, y bien sin embargo (o por lo mismo). …el bacala’ao, cuando le quitan la co’ola, le quitan lo más sala’ao… Ríen. …se limpia la botita, se mancha y no brilla más cuando un hombre se la quita, ni más ni meno’os…
Extensión de tierras desnudas: tan tristes lucen los cultivos en invierno. La voz de Pedro Aznar en mis oídos como bálsamo: la tristeza acompañando a la tristeza. Somos tres.
Ya llegamos casi. En Salamanca abandono a mi soledad por todo el próximo mes: Ronit, mi amiga, me espera. Curioso: viajo por la madre patria (la patria de la madre de mi madre, visitada por vez tercera) con mi única amiga judía (lo que se dice amiga, errante como yo). Buscamos las raíces en el viento, supongo. Y en la letra: acaso por eso escribo.

viernes, 30 de enero de 2009

Madrid 3

1. La Plaza de Armas está custodiada por el curioso libertador don Bernardo O'Higgins, sobre una cabalgadura absurdamente grande, siempre ataviado con excremento de paloma en abundancia. La Plaza de España, en cambio, goza de la protección del Ilustre Caballero Don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza (y Rocinante y el Rucio, por supuesto). A los lados, añosos y retorcidos olivos; más allá, magnolios.
2. Madrid tiene lo que se llama un pulmón verde: un enorme (ENORME) parque llamado Casa de Campo, que más bien debiera llamarse Casa de Putas (una pléyade de negras también enormes exhibe su mercancía a la entrada en pequeñísimos envoltorios fosforescentes: todo esto a las cuatro de la tarde). Sí, ya sé, debo enterarme por dónde ando.
3. "Sidrería la burbuja que ríe": podríamos hacer un ranking de los mejores nombres de bares en la historia del castellano.
4. España es un país lector. Un dato cualquiera: la biblioteca pública Pedro Salinas, cerca del Palacio Real, cuenta con seis estantes de siete pisos cada uno dedicados a la poesía. Ahí puede encontrarse desde el Poema de Mio Cid hasta una antología de la Tsvietáieva, por ejemplo.
5. Gitanas malvadas 1, Fernanda 0: me estafaron a la entrada de los Jardines de Sabatini, haciéndose pasar por sordomudas en colecta nacional.
6. Jamás de los jamases beban jugo de coco. De hecho, por eso estoy en casa a esta hora. Aproximadamente un litro de bilis me arrojó a la cama, sin haber alcanzado la Plaza de Cibeles -mi destino de hoy-. Creo que hasta fiebre me dio.
7. A lo largo de toda la calle de Fuencarral hay naranjos. Imagínense la floración de azahares (creo que es en abril o mayo).
8. ¡Quiero quedarme, maldición!
9. Ah, casi se me olvida: cerca del Palacio Real, está el puente antisuicidios. No recuerdo cómo se llama, pero sobrevuela a mucha altura una especie de paso bajo nivel natural, o a nivel pero en una quebrada con calles y edificios -como si hubiera un puente entre el Cerro Concepción y el Alegre-. Aparte de las barandas, le han puesto unas planchas de acrílico grueso a todo lo largo, de unos dos metros de alto. No sé qué hechos habrán inducido la reforma.

jueves, 29 de enero de 2009

Vagando por las calles de un Madrid secreto

Definitivamente es esta una ciudad bella. Y viva: de hecho, si no fuera porque llevo dos noches sin dormir, seguiría de marcha hasta la hora de los quesos.
Vagando por las calles, topé con el museo Thyssen-Bornemisza (o Pílsener-Morcilla, como diría mi abuela; quien me lo recomendó ayer mismo). Lo recorrí como corresponde: al revés, comenzando por los expresionistas. Primera revelación: aquí estaban los caballitos azules de Franz Marc ("El sueño"), que desde pequeña he visto pendiendo de una lámina en la habitación de mis abuelos (feels like home). Segunda revelación: un Schielle. Tercera: el autorretrato de Rembrandt. Y bueno, como se trata de una colección privada que comprende seis siglos de historia del arte, sería vano referirme a todos los cuadros en los que me detuve; baste decir que Toulousse Lautrec al natural sorprende, que la selección de Pisarro es excelente, que el Caravaggio llega a emocionar, que "Cristo sosteniendo la cruz" de El Greco es todo un ícono gay, que "Niño de la pasión sobre la bola del mundo" de Joos van Cleve es una de las imágenes conceptualmente más espantosas que haya visto, etc, etc.
Luego de esta dosis de artes visuales, starving to death, entré en una taberna a por una cerveza y unas tapas. "Los gatos" se llamaba, atendida por una amable joven gorda tras el mostrador de vidrio, profusión de bocadillos a la vista, barra estrecha, barril al centro como otra barra, un par de parroquianos (era yo la única turista: buena señal). Comenzó a llenarse de a poco, casi todos saludaban a gritos al llegar, "buenas tardes, guapa, que se sirve aquí". La amable joven gorda me invitó la segunda cerveza. Un tal Oscar, Español radicado en Dakar, se acercó al verme estudiar el mapa y me habló de no sé qué diantres ("qué hace una chica como tú en un lugar como este"). Se fue a los pocos minutos, dejándome nuevamente en mi estado de pura contemplación casi extática, en mi rincón al fondo de la barra.
Como una hora estuve ahí dentro. Muchas gracias, Nada cariño, hasta otro día, Hasta otro día. Otra vez la calle. El frío que esperaba encontrarme aquí no ha sido tal. Vagué aproximadamente dos horas más, perdiéndome como es debido, cumpliendo la primera misión de Madrid (comprar el libro de Maryanne Wolf en español: ¡helo en mi poder!) y, curiosamente, tropezando de cara con La Odisea en la primera librería a la que entré (esos intertextos de la vida).
Y eso. Siempre trato de llevar un diario cuando viajo, y esta es primera vez que lo muestro (que lo voy mostrando). Lo que van leyendo ustedes es, por tanto, un borrador, un cuaderno. Abandónenlo si se vuelve un sacrificio.

Madrid 1

Llego sin novedad, Madrid me recibe soleada.
El semblanteo funciona: no tuve problemas para entrar.
Me alojo en un pequeño hostal en el centro.
Reportada, me voy a explorar.

Proemio (o algo así)

Queridos amigos:
Conforme a la petición de muchos de ustedes de enviar señales de vida (de ruta) de vez en cuando, he decidido crear esta bitácora virtual -además, mato dos pájaros de un tiro: registro y comunicación-. Así, cada quien podrá tener noticias mías cuando lo desee, y no cuando lo desee yo. Puede que les resulte más impersonal, pero no se engañen: así como las cartas colectivas que envié el año pasado, cada vez que publique algo estaré pensando en cada uno de ustedes (familiares, amigos... sabeis quienes sois).
Espero divertirlos (o aburrirlos) con mis aventuras. Si no escribo en, digamos, más de una semana, pueden mandar una comitiva de unicornios acuáticos a buscarme.
Un abrazo