lunes, 2 de marzo de 2009

El discreto encanto de la burguesía: diapositivas del sur de Francia

1.Voilá, nous sommes en la Provènce. Más específicamente, en una casa de campo cercana a La Cadière d’Azur (entre Toulon y Marsella). Mi exclamación al salir al jardín ayer por la mañana: es como en las películas. Corredor de estilo mediterráneo, olivos a unos metros, más lejos el mar. Mimosas en flor, también los almendros: por las tierras de la langue d’oc, a fines de febrero ya quiere printempear (primaverear). Sol de invierno que entibia apenas, difusos atardeceres, pinares entre rocas blancas como cortadas a pique. Muñones de vides, pueblitos pintorescos, la Costa Azul a pocos minutos con sus palmeras y bajos edificios de estilo imperio enfrentando los yates –más específicamente, en el balneario de Bandol-.
2.Toulon. Una de las ciudades más feas de la región, sede de la Armada Francesa, se emplaza colgando de las polleras del Mount Farron (qué rima más bonita, y triple por si era poco); un cerro bastante grande, desde cuya cima se obtiene una panorámica que bien vale el trayecto –no muy largo, pero con curvas análogas a las del camino a Farellones; con la ventaja de ser vía de un solo sentido, circular-. Desde el mirador, domínase la bahía –la entrada del Mediterráneo en el continente-, el puerto, los buques de guerra, las rocas, el precipicio, los edificios sin chiste. A la subida se dejan ver casas más acomodadas, de los años ‘30, que inmediatamente recuerdan a Zapallar o al Papudo de antes –dice la María José que Reñaca también era así, antes de transformarse en un Río de Janeiro “en versión de decimoquinto enjuague”, como diría Roberto-. Vegetación: pinares bajos y más bien ralos, que hacen con la piedra un conjunto “trés interesent”. El sector de la costanera, con su dársena de “petit boat”, sus calamondines y restoranes varios tiene su gracia también.
3.La Cadière d’Azur. Pueblito provenzal para la foto. Colgado de su propio cerro, calles y paredes de piedra clara, una que otra puerta azul, uno que otro almendro florido: es evidente el empeño que se ha puesto en su restauración, ahora que está de moda. La alcaldía, donde se casó hace años el primo de Jean Paul –autodenominado Miguelito Cadière- ha tenido que extender sus dominios y trasladar la mitad de sus instalaciones a la casa de enfrente, al otro lado de la plaza –dije ya: el pueblo prospera-. Una sola pareja de turistas se sienta en las mesitas, bajo los plátanos orientales podados de forma horrenda. Suena la campanada de la una: nos pilla en el almacén en que he comprado un par de especialidades de la región –en base a higos y aceitunas- para llevarles a mis tíos españoles. Luego bajamos por una callecita hasta toparnos con la sede del Partido Comunista francés, para volver finalmente a la flamante deux chaveux –citroneta en castellano- propiedad de Monsieur Calamaro.
4.En Voulon, ubicada formando un triángulo con Aix-en-Provènce y Marsella, vive don Miguelito Cadière y su familia –digo, mujer e hija menor: los mellizos han partido ya de casa-. Estamos invitados a almorzar, a hora francesa eso sí: quiere decir que hay que salir a eso de las once de la mañana. “On France ils-há des payssages magnifiques” (ni idea de cómo se escribe, pero vino a propósito una frase de mi método de francés, como “elle rêve de vivre á la compagne” y otras por el estilo). Más rocas. El mont de Victorie, highlight del sector. Comida magnífica –como si ya fuera 2012-, hospitalidad magnífica –se entiende que convidaron a sabiendas: es más, al reparar en la fecha dijeron que daban igual los ánimos, que lo importante era pasarlo todos juntos-. En el antejardín hay olivos –actualmente Michel “le hace” al negocio del aceite- y una piscina. La casa tiene una decoración curiosa, ecléctica, con algunos retazos de la Patagonia y otros destinos exóticos, y una auténtica “litó” de Dalí. Estaba Antonie también –el mellizo de Olivia- por esos chiripazos de la vida. Asado sabatino a la francesa, del que no me enteré demasiado por la maravillosa efectividad de la farmacopea.

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