jueves, 26 de marzo de 2009

Noches españolas 2

6. Con los marsheneros la cosa no fue sólo de día, evidentemente. Por pudor, le pedí a Marisol ropa prestada: recordé que por estos sitios la gente se viste de civil, y cómo la vez pasada parecía yo una especie de pordiosera entre el gel, el perfume y las camisas planchadas de mis primos. Menos mal. Después de un paseillo para hacer la digestión, volvimos a la casa a aderezarnos como corresponde: a Santi casi no lo dejan salir a la calle, entre el pelo alborotado, un "jersey" naranja arrugadísimo y una camisa que no juntaba ni pegaba.
Fuimos de tapas, luego al café del frente para que Jose pudiese tomarse su tarta ritual -sin ella es como si no hubiera cenado, dice- y finalmente a por una copa a un pequeñísimo bar dentro de una cueva en la muralla del pueblo. Ahí encontramos a las amigas de toda la vida de mi prima -las hijas de la vecina que nos había regalado el tinto a la hora de almuerzo: también se acordaban de la prima de Chile, pero de la vez que fui con cinco años-. Bebimos y conversamos un rato, hasta que tomamos en consideración la cara larga que Jose mantuvo desde que llegamos -el perro de Santi lo había despertado al alba y a la mañana siguiente había que madrugar, dijo- y nos fuimos a la casa.

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