lunes, 16 de marzo de 2009

Noches españolas 1





Sin buscarlo, parece que estoy dando la impresión de no salir de noche. Y no es así. Es decir, tampoco me he transformado de pronto en el alma de la fiesta ni mucho menos; sin embargo, uno hace menos caso de sus –buenas o malas- costumbres cuando viaja.

1. Arreglando el mundo
A esta noche ya me referí, al menos en parte. En Barcelona me quedé donde mi tío, llegando en plan “soy tu sobrina: ¿me recibes?”, sin conocerlo ni siquiera por teléfono. Mi abuela me había hablado maravillas de él: que era abogado, muy culto, que tenía una pieza especial para oír música, en fin; que probablemente nos llevaríamos muy bien. Y sí. Isabel, su mujer, resultó ser un encanto también; y al par de días era como si nos hubiéramos conocido desde siempre. A Cristina, la hija, no la conocí más que por teléfono: tenía que estudiar para unas pruebas, a ver si conseguía trabajo después de varios meses –por acá, como ya he dicho, la crisis “es”-. Lo consiguió.
Pero yo hablaba de la noche. Fuimos a comer primero –o a cenar, como dicen aquí: la comida es el almuerzo-, los tres, a un restorancillo y bar de tapas situado en el refaccionado mercado (tres “ado”) de xx; en pleno barrio gótico. Luego, en casa, nos sentamos a por un café. Conversamos, conversamos, hasta que ya no se pudo eludir la pregunta: cómo murió tu madre. Yo daba por sentado que estaban al tanto, pero no: sólo noticias vagas. Lo conté todo; sin dramatismos, sin omisiones, sin mayores detalles. Isabel no sabía nada de nada. Que aquí tenía mi casa, cuando yo quisiera. Y que cuando quisiera me contaba José María la parte española de la historia. Yo no tenía sueño. Él tampoco, Isabel sí. Ella se fue a acostar, y nosotros nos quedamos hasta las tantas de la mañana. No conseguimos arreglar el mundo, empero. Y creo que nunca más podré leer siquiera un título de Lope de Vega.

2. El poeta chileno
Que qué podía venir a hacer un latinoamericano a estudiar literatura en Barcelona, que qué podía venir aquí a buscar si no había más que fósiles, que qué interés podía tener Lope de Vega cuando allá teníamos la distorsión del castellano en contacto con las lenguas indígenas y la naturaleza ubérrima: todo eso se peguntaba José María. Sin embargo, un chileno podía venir y terminar haciendo su tesis doctoral sobre César Vallejo: el lugar en cuestión da lo mismo, lo que cuenta es salir de casa. Al menos, a mí me resulta perfectamente comprensible: a sí se lo dije a Juan cuando me lo contó, un par de minutos después de encontrarnos afuera del café Zürich.
Juan, amigo de amigos, tremendo poeta, habitante de la intemperie por algunos años en Barcelona. Le escribí a ver si podíamos coincidir, a ver si había tiempo y ánimos de una conversación agradable. Los hubo: varias cervezas en torno a lo humano y lo divino, lo divino y lo humano, en un entrañable bar pasado el Rabal, atendidos al parecer milagrosamente por un mozo simpático. Como la de la noche anterior -con José María- aquella fue una conversación antologable.

3. Entre el Groucho y el Piripi
Volví a Sevilla un viernes. Luis consideró que podía interesarme ir de copas con alguien de mi edad, salir a divertirme, como quien dice. Así que me presentó a otro de sus ahijados, Jose –el “uno” es Pablo, de Coruña, a quien conocí hace cinco años e iré a visitar hacia el fin de esta semana-. Jose es hijo de unos amigos suyos, estudiante, pero actual ponedor de música en bares y eventos de varios tipos –cosa que, por lo visto, no tiene a sus padres demasiado contentos: un buen negocio le resulta a cualquiera más interesante que los estudios-.
Ese viernes por la noche, entonces, salí. Pasó a buscarme Javi, su socio, para ir al Groucho; un conocido bar sub 35’, donde cada fin de semana –en términos de la juerga local, de miércoles a domingo- toca un grupo de flamenquillo y él con Jose arreglan el sonido. Este viernes era una ocasión especial, sin embargo: el vocalista celebraba su despedida de soltero. Y cantaba, por supuesto. Imagínenselo.
Desmontados los equipos –costó: el público no dejaba que terminasen de tocar-, dejada la camioneta en casa de Javi y buscado el auto de Jose en la casa de su abuela –es decir, mucho rato después-, fuimos a comer al Piripi. El bar no se llama así, pero lleva dicho apodo por una de sus tapas: un montadito con lomo de cerdo, beicon y mayonesa; al parecer todo el mundo va allí por eso –estaba repleto-, incluidos nosotros. O ellos más bien: al llegar a nuestra barra los tres Piripis, rápidamente decidí transformarme en judía por un rato y buscar alguna alternativa –este viaje he probado casi todo lo que me han puesto enfrente, pero esa vez había que tener un poco de consideración con mi pobre hígado: la noche era muy larga, además-. Como ellos el pisto que pedí de la misma forma que yo lo de ellos, quedamos a mano.
Y terminamos en el Groucho otra vez. Para mí era como subir al transantiago a las seis de la tarde: para ellos estaba incluso vacío. El formato es como de discotheque, pero sin baile: muchos guardias a la entrada; tragos largos, caros y mal servidos por chicas escotadas y chicos con los pelos tiesos; apenas algún sitio para sentarse o apoyarse; todos bastante borrachos, excepto nosotros, por cierto. Qué tiempo que no entraba a un sitio así: me resultaba mucho más exótico que la Giralda.

4. Los dos sobrinos
El martes pasado, creo, vino por trabajo a Sevilla un sobrino de Luis: Miguel (alias Miguelón), hermano de Pablo (alias Pablete). Así que nos fuimos por ai de tapas y de copas, con él y con otro sobrino, Ignacio (alias Nacho o Nachete). Nos juntamos cinco en un bar de cófrades: ambiente un poco eufórico ya en la cuenta regresiva, muchos de vuelta del ensayo con su paso respectivo –Nacho mismo había estado ensayando la noche anterior hasta las tres de la mañana; teniendo que trabajar y cuidar a su hija pequeña-. En un momento escuchamos una transmisión en directo desde el Vaticano, de una comitiva de semasanteros en cita con don Ratz –el que hablaba en era el padre de Nacho, nada menos; Hermano Mayor de la Cofradía de la Esperanza de Triana-. Luego nos trasladamos a la plaza que está junto a la Iglesia del Gran Poder: hacía una noche estupenda.

5. Y claro yo también trabajo de noche
Y mucho. La cosa avanza lenta, pero segura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario