Fotos: Julian Schmidli
De Berna a Lucerna con Julian: no sólo coincidió que mi vuelo llegaba a su casa, sino que había carnaval en la ciudad donde creció –donde está la casa de su madre-. Me preguntó si estaba interesada en ir. Sorprendentemente, a no pocas personas no les divierte en absoluto.
En el imaginario colectivo, por Suiza se concibe un país ordenado, limpio, eficiente y puntual –como reloj suizo-, neutral políticamente –con todas las sospechas que la neutralidad suscita-, administrado a través de un singular sistema de democracia directa –todo, todo se vota: imaginen lo que ello significa-. Y esta idea coincide efectivamente con la realidad. Sin embargo, hay por lo menos un aspecto que no contempla: tanta perfección requiere una vía de escape, y esa vía se llama carnaval.
El carnaval tiene lugar en varias ciudades, en forma no simultánea. Así, la gente puede –debe- tomarse sus respectivas vacaciones sin paralizar completamente el país. Las clases, sin embargo, no se detienen –en realidad no sé si era eso, o que simplemente todas las personas con las que estuve ayer estudiaban en Basel, donde el carnaval no era todavía-: imaginen las caras a las ocho de la mañana, estudiantes y profesores. Con todo, son siete días de absoluto desenfreno: disfraces inverosímiles, bandas de percusiones y bronces tocando en forma ininterrumpida distintos estilos de música –desde clásicos de desfile hasta Britney Spears, y no es chiste-, alcohol en abundancia servido en vasos de plástico –los cuales son pertinentemente recogidos a altas horas de la noche por inmigrantes mal pagados: quien llegara a la mañana siguiente no podría sospechar el estado de las calles horas antes, tengan en cuenta además que nevó y llovió-.
Lucerna tiene carnaval (Viña tiene festival), acaso el más famoso de Suiza. Añádanle al desorden montañas nevadas, lago, río con cisnes blancos y encantadores puentecillos, casitas alpinas espectacularmente bien conservadas, tranvías que con todo parten a la hora. Lucerna tiene carnaval: marco en que los ciudadanos pueden romper los límites.
Llegamos desde Basel a eso de las tres. En las calles del centro había desfile: bandas buenas y otras peores, comitivas espectaculares o más discretas, elegantes o barrocas, más políticas o definitivamente absurdas. No faltaba mucho para que terminara: vagamos por ahí otro rato, con cara de Carmela yo, para luego volver por la noche. En el bus casa de Julian nos encontramos con su hermana: también había estado en chile y hablaba español como chilena. A propósito del idioma: estos suizos, aparte de tener cuatro lenguas oficiales, tienen en cada ciudad su propio dialecto, que no se escribe –como el latín vulgar, es puramente oral; al escribir utilizan el “alto alemán”, el que se habla en Alemania del norte-. O sea que tienen facilidad para aprender otras lenguas: Christina, la novia de Julian, habla unas siete.
En casa esperaba la mamá y su marido, muy amables los dos. Cocinaron una especialidad suiza: “Alpenmagronen” o algo así, pasta con papas y queso, acompañada de puré de manzana, cebolla caramelizada y pimienta para decorar –livianito, al parecer los orientales sufren serios problemas cuando vienen-. Después de comer fui disfrazada. Mamá e hija partieron directamente –marido no gustar-; nosotros nos juntamos primero con amigos de él en la casa de uno de ellos. Están completamente locos, in the good way I supose. Cuatro iban de niñitos preescolares –acá los obligan a andar por las calles con luces reflectantes-, uno de ellos con cabeza de elefante; una de las chicas de profe de gimnasia y la otra de leñador; otro como una especie de mariscal austrohúngaro y el otro como negro gay de los 70’.
Hasta las cuatro de la mañana nos quedamos con Julian sumergidos en el mar de gente. El grupo se constituía, atomizaba, rotaba y disgregaba de forma totalmente orgánica, como suele ocurrir en los eventos multitudinarios –es una cuestión instintiva, al parecer-. Bailamos hasta que nos dio puntada, alternando entre la gran fiesta al son de la brass band en la escalera, el grupo de gorilas con banda sonora de Queen en uno de los corredores techados frente al río, el viejo puente de madera y las frioleras españolas de Almería –sorprendentemente, primeras en abandonar la misión-,
to be continued...
No hay comentarios:
Publicar un comentario