jueves, 19 de febrero de 2009

Lubeck no es Hamburgo

De puro idiota me pasó: ante un paréntesis de significado desconocido lo único sensato es preguntar. Pero no, a la niña no le pareció necesario detenerse en el enigmático (Lübeck) a la derecha de Hamburg, y ello le significó perder el vuelo a Londres –Lübeck es una pequeña ciudad a 60 kilómetros de Hamburgo, una hora y media como mínimum minimorum desde el aeropuerto: no llegaba ni con el favor de todo el Olimpo-. Pobre ingenua, Fernandita se dirigió hacia algunas de las aerolíneas que sí operaban en aquel lugar a ver si podía enmendar el error dentro de lo razonable. Quinientos y pico euros por lo bajo.
Entonces, he recurrido al plan B: amortizar el inmortal boleto de Eurail y viajar entre Hamburgo y Colonia, Colonia y Bruselas, Bruselas y Lille, Lille y Londres. Hora estimada de arribo: siete y media de la tarde -por avión, plan original, diez horas antes-. Aparte de la espera en las conexiones, los trenes que hay no son directos: este mismo es lo que yo llamo un caletero, que tarda cuatro horas en cubrir xxxxxx kilómetros. Pero bueno, este plan también tiene sus ventajas: mesa, corriente eléctrica, vista privilegiada de la campiña europea en un día hasta ahora soleado –hasta aquí vamos bien, decía el pavo mientras picaban el apio-. En este momento el paisaje es bosque de pinos bajos, apenas con restos de nieve en el piso. La mesa es para cuatro, habemos solo dos, y el otro también trabaja. A mi lado, tres alemanes regordetes, rubios y de cabeza afeitada comen y hablan con cierta animación; pero al no comprender una palabra de lo que dicen su conversación no es más que un lejano sonsonete –en términos gestálticos: fondo-. Tengo además audífonos y música a destajo. Como diría (como hubiera dicho) Rafael: raya pa la suma, al final la equivocación fue casi para mejor.

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