domingo, 15 de febrero de 2009

Enferma

Qué puede ser peor que estar enferma en una ciudad nevando? Estar enferma en una ciudad nevando hospedada en una casa a cuya ocupante no hemos visto y haber gastado las únicas energías del día en visitar un palacio barroco. Ahora estoy en un café cursilísimo en que hay Internet, mientras mi amiga pasea bajo la tormenta de nieve. No he tenido fuerzas para visitar el museo del muro, por ejemplo, ni otro ninguno: o las berenjenas de ayer me produjeron un cortocircuito general, o me adjudiqué una de esas gripes malditas que descomponen el estómago.
Manyana partimos a Hamburgo y, en unos días me voy a Londres al Bar Mitvah de Alejandro. Como era de suponer, abandono las aventuras en busca de tranquilidad: luego parto al sur de Francia, a Aix-en-Provence, invitada por mi familia londinense. Es decir, en unos días abandono a mi companyera: los jóvenes al mundo y los viejos al asilo.
Berlín, como decía ayer, es una ciudad enorme. Los mapas ponen una de cada cuatro calles: las distancias reales -a pie- resultan absurdamente grandes en proporción. Ayer fuimos desde Kleistpark (nuestra "casa") hacia la iglesia decapitada: resulta que fue construida en memoria del Kaiser Guillermo I por orden de su nieto, Guillermo II. Por tanto, resultó desde el comienzo un sitio polémico, y hoy un emblema de las cicatrices de guerra. No se reconstruyó: se edificó un nuevo templo moderno integrado a la torre en ruinas; un templo luterano con miles de vitrales azules, donde actualmente oficia misa una mujer. Lo sé porque en la tarde volvimos allí a escuchar una cantata de Bach que estaba anunciada. Lo que no anunciaban es que había que oír la misa primero -en alemán, por fortuna-.
Fuimos también a caminar por los Tiergarten, pasando por la torre del ángel dorado y el Parlamento otra vez, y luego al museo judío. Es, lo que se dice, un museo ineractivo; donde el disenyo itself invita a recorrerlo. Sin embargo, me sentía tan a morir que no vi nada.
Me estoy aburriendo. Hasta pronto.

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