jueves, 29 de enero de 2009

Vagando por las calles de un Madrid secreto

Definitivamente es esta una ciudad bella. Y viva: de hecho, si no fuera porque llevo dos noches sin dormir, seguiría de marcha hasta la hora de los quesos.
Vagando por las calles, topé con el museo Thyssen-Bornemisza (o Pílsener-Morcilla, como diría mi abuela; quien me lo recomendó ayer mismo). Lo recorrí como corresponde: al revés, comenzando por los expresionistas. Primera revelación: aquí estaban los caballitos azules de Franz Marc ("El sueño"), que desde pequeña he visto pendiendo de una lámina en la habitación de mis abuelos (feels like home). Segunda revelación: un Schielle. Tercera: el autorretrato de Rembrandt. Y bueno, como se trata de una colección privada que comprende seis siglos de historia del arte, sería vano referirme a todos los cuadros en los que me detuve; baste decir que Toulousse Lautrec al natural sorprende, que la selección de Pisarro es excelente, que el Caravaggio llega a emocionar, que "Cristo sosteniendo la cruz" de El Greco es todo un ícono gay, que "Niño de la pasión sobre la bola del mundo" de Joos van Cleve es una de las imágenes conceptualmente más espantosas que haya visto, etc, etc.
Luego de esta dosis de artes visuales, starving to death, entré en una taberna a por una cerveza y unas tapas. "Los gatos" se llamaba, atendida por una amable joven gorda tras el mostrador de vidrio, profusión de bocadillos a la vista, barra estrecha, barril al centro como otra barra, un par de parroquianos (era yo la única turista: buena señal). Comenzó a llenarse de a poco, casi todos saludaban a gritos al llegar, "buenas tardes, guapa, que se sirve aquí". La amable joven gorda me invitó la segunda cerveza. Un tal Oscar, Español radicado en Dakar, se acercó al verme estudiar el mapa y me habló de no sé qué diantres ("qué hace una chica como tú en un lugar como este"). Se fue a los pocos minutos, dejándome nuevamente en mi estado de pura contemplación casi extática, en mi rincón al fondo de la barra.
Como una hora estuve ahí dentro. Muchas gracias, Nada cariño, hasta otro día, Hasta otro día. Otra vez la calle. El frío que esperaba encontrarme aquí no ha sido tal. Vagué aproximadamente dos horas más, perdiéndome como es debido, cumpliendo la primera misión de Madrid (comprar el libro de Maryanne Wolf en español: ¡helo en mi poder!) y, curiosamente, tropezando de cara con La Odisea en la primera librería a la que entré (esos intertextos de la vida).
Y eso. Siempre trato de llevar un diario cuando viajo, y esta es primera vez que lo muestro (que lo voy mostrando). Lo que van leyendo ustedes es, por tanto, un borrador, un cuaderno. Abandónenlo si se vuelve un sacrificio.

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